El uso de la denominada voz omnisciente, como relatora conductora de los hechos de una novela más allá de los diálogos de los personajes, debe entenderse como neutral, si bien el autor es libro para entenderla como desee. Es decir, el escritor no debe emplearla para divulgar sus postulados a lo largo de la obra o de forma maniquea, independientemente de si sus afirmaciones están contrastadas o no lo están. Otra cosa bien distinta es que el autor se valga de la primera persona como impronta narrativa, en cuyo caso el relator debe ser presentado y formar parte, en la medida que estime el autor, de la propia historia que relata.
En los presentes ejemplos —podríamos extraer otros muchos— el autor postula sobre cuestiones sociopolíticas que contienen demasiadas aristas como para simplificarlas en asertos categóricos; incurre en lo que se denomina «reduccionismo histórico», al tiempo que se salta el precepto de neutralidad de la mencionada voz omnisciente. A saber:
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«Había pasado ya más de un año desde que sus compañeros se incorporaron a las filas del ejército. María y Julia no pudieron participar, por no haber cumplido todavía los años necesarios para el sufragio, en las elecciones generales de noviembre del año 33, en las que por primera vez muchas mujeres ejercieron su derecho al votar por su opción política, pero mantenían sus ideales socialistas, pese a la creciente inestabilidad política generada por la victoria de la derecha retrógrada y fascista.
Llevadas por el ideal de progreso de republicano de izquierdas, decidieron, finalmente y previo consentimiento de sus ancestros, y de su mentor Ezequiel González, desplazarse hasta Madrid para ingresar en un colegio mayor laico, carentes del descalabro ideológico de una derecha que oprimía a los jóvenes de ambos sexos». [Sic.]
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«Todo lo sufren bajo el atroz sometimiento ideológico de quienes perdieron aquella guerra a los símbolos fascistas del nacionalcatolicismo de un Franco justiciero implacable con los que no pensaban como los de su clase.».
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«Actuaron con la naturalidad soberbia propia de los vencidos, por si alemanes, italianos del fascio, falangistas de camisas negras, carlistas o cualquier otra chusma estuviese al caer.».
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Como vemos, el autor utilizan la vos omnisciente para pontificar mediante una soflama que trata de alinear al lector con ideas socialistas. Podría haber sido al contrario, claro que sí, y alinearse, a modo de arenga derechista, con ideas de signo contrario. En ninguno de los casos se justifica el empleo de la tercera persona (voz omnisciente) en el desarrollo de la novela.
En el caso de las ideas políticas, sociales o económicas cuyo autor desea hacerlas valer en uno u otro sentido y cree que cuenta con sólidos axiomas que las ratifican puede disponer del género ensayístico a tal fin; no debe ser la novela un vehículo de transmisión directa de ideas. También, ya lo hemos mencionado, puede emplear la primera persona de un personaje interviniente o los diálogos entre los distintos personajes que expresan sus sentimientos, pensamientos y/o emociones tras acontecimientos que evidencian la injusticia o la crueldad de tal o cual ideología.
En resumen, el autor no debe emplear la voz omnisciente para divulgar sus asertos ideológico; para ello ya contamos con políticos profesionales que, tras un atril, se encargan de arengar a los suyos y a los demás en contra de la doctrina rival, de la religión rival o de las ideas sociales y económicas rivales. Por favor, no haga este ejercicio dialéctico en medio de su novela porque perderá todo valor literario y no contendrá la menos validez como doctrina.
La falacia de la literatura comprometida.
Entonces… ¿qué hay de la literatura comprometida de la que hablan egregios escritores como Gabriel Celaya? Tras la revolución bolchevique, en la antigua URRS y algunos países de la Europa de entonces (su mapa se ha redibujado más que ninguno otro en el mundo) se potenciaron los escritores comprometidos con el marxismo, como fórmula para difundirlo por el resto del mundo. El resultado: escritores a quien nadie recuerda (con alguna excepción, claro) y libros que ya nadie lee. También el régimen de Franco apoyó a algunos autores de los que ya nadie se acuerda y que si han pasado a la historia no ha sido tanto por su excelente literatura sino por entregarse a una causa que resulta detestable para buena parte de la población.
El socialismo y la derecha española cuentan escritores de su cuerda, del mismo modo que cuidan a sus periodistas de cabecera (todos sabemos de quiénes se trata). Escritores y periodistas mediocres, muy escorados hacia el pesebre de la buena vida, a los que nadie va a recordar dentro de tan solo unas décadas.
Porque el compromiso de un escritor debe ser literario; hacer bien las cosas, escribir para entretener y/o difundir la cultura española allende los mares y los continentes y no con un ideario político que se debe ejercer desde las tribunas al uso. Otra cosa es que en su línea se encuentre tal o cual ideología (esto resulta inevitable) y se note de alguna forma en sus escritor, pero emplear la voz omnisciente para adoctrinar resulta impropio de un escritor brillante que desee trascender.
Reescribir la Historia de España.
La novela histórica no ha sido concebida para reescribir la Historia de España ni la de ningún país. Se trata de un género fabuloso y difícil que debe procurar basarse en la historia más veraz para que pueda considerase como tal y no un detestable panfleto woke como suele suceder en no pocas ocasiones.
Voces omniscientes especialmente severas con Hernán Cortés, la Santa Inquisición, Isabel la Católica, Carlos I o Felipe II nos ofrecen panfletos antiespañoles todas las temporadas en forma de novedades literarias que provienen de fuera de España pero —¡qué cosas!— también de nuestro solar patrio.
No emplee la novela histórica para reescribir la Historia de España. Este país cuenta con los más grandes archivos históricos del mundo: el Archivo General de Indias, el Archivo General de Simancas, el del convento de santa Clara de Tordesillas, el Archivo Militar de Segovia y muchos más. Pase meses estudiando en alguno de ellos; es la mejor manera de escribir sin cambiar la perspectiva histórica por la ideológica.
España necesita de la pluma de grandes escritores que, como hacen en el resto de los países, ensalcen su historia. No le preste su tinta a falsos intelectuales de lugares que, como Holanda, los Estados Unidos de América, Francia o Gran Bretaña, se han encargado de difamar a nuestros aguerridos ancestros mediante una Leyenda Negra tan falsa como ellos mismos, olvidando, eso sí, las atrocidades que los suyos perpetraron en buena parte de los continentes de este mundo, con especial saña sobre el africano, que actualmente sufre la mayor injusticia y la indigencia más vergonzante del planeta.